Por: Mauricio Bustamante Rivero
Vamos a imaginar dos caminos que se
hacen al andar. El camino más corto, está teñido de un color verde opaco. Es
húmedo, desdibujado y transmite un olor fuerte a pintura látex, como si un jet
alquilado lo recorriera todas las noches retocándolo de punta a punta. Los ojos
más acuciosos intentarán saber por qué y a quién le interesa sobreexponer ese
verde grisáceo a otros colores. Esas miradas no se van a conformar con una
cotidianidad sospechosa. A pesar del riesgo, comenzarán a investigar la historia y los últimos
acontecimientos, los van a escribir para que existan y, posiblemente, los
expongan públicamente. En la ruta tomarán fotografías que contrastarán con las
del álbum familiar y las de la hemeroteca, para determinar después de algún
tiempo los colores prohibidos: el blanco de las casas, el rojo de las rosas, el
amarillo del sol, el violeta de las feministas, el naranja de los mercados, el
azul del cielo, el verde vivo de los árboles. Verán sin vendas el mundo como
es, con sus pinceladas de maravilla pero también con sus peores defectos. Allí
se abre paso un momento íntimo, estas personas comenzarán a inspirarse para
cambiar el mundo. Se organizarán para imponer de moda el amor y la solidaridad en
los tiempos difíciles. Descubierto el velo de las cosas, la razón de esa pintura
que a muchas personas trae tantos y tan malos recuerdos, sólo queda actuar sin
miedo para recuperar el arcoíris.
En el camino largo, todos los colores
son parte de la vida. Los encuentras allí en el día o en la noche: está el
blanco de las casas, el rojo de las rosas, el amarillo del sol, el violeta de
las feministas, el naranja de los mercados, el azul de las estrellas, el verde
de las hojas. Cada día las personas ven sus colores distintos y respetan su
dignidad mutua. Un mismo ideal las une por un desafío mayor. Saben que no todo
está bien, que así como observan en las redes la desdicha de otras personas, en
su realidad también pasan cosas y hay quienes eligen no tener principios ni
cerebro. Por eso la revolución cultural les parece lo mejor para vislumbrar sus
perspectivas de futuro. Este desafío les brinda la entereza necesaria y una
esperanza inmutable para seguir adelante.
Sin embargo, más allá de estos
caminos poco convencionales de la imaginación, quiero contarles que me he
planteado andar por alguno. Con los años descubrí que la vida depende de las elecciones
y decisiones que asumimos. Por eso una curiosidad infinita me atrapa: averiguo
historias, saco fotos, leo libros, discuto diferentes posiciones, converso con
la gente, contrasto todo y ahora escribo estas líneas.
El verde claro/grisáceo/negro del
régimen que disparó, dispara y amenaza, no me representa. Prefiero la
diversidad de colores y un futuro donde quepan muchos mundos. A la luz de la
experiencia latinoamericana, me atrevo a pensar que con esfuerzo, claridad y
una dosis de suerte, derrotaremos a los verdugos.
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