martes, 31 de agosto de 2021

No quiero que la humanidad llegue a Marte

Rene Barron Watteroth


    La existencia de las clases sociales a través de los diferentes periodos de la historia de la humanidad, no puede ser si quiera negada por los que reniegan contra el marxismo como una ciencia. No es un secreto para nadie y hasta puede tornarse repetitivo resaltar que, la miseria de una mayoría es la contraparte necesaria para la opulencia y privilegios de una minoría; pero aparentemente no se ha insistido lo suficiente en torno a ello, ya que la historia “oficial” ha obviado constantemente la importancia y determinismo de la relación de clases sociales.

    Desde la época de la esclavitud hasta el segundo en que se escribe este texto, han existido élites que ya sea aludiendo a la omnipresencia de divinidades o aplicando la mera fuerza bruta, acaparan la riqueza producida por los ejércitos de hombres, mujeres y niños que deben sobrevivir exprimiendo sus propias entrañas. Estas condiciones de explotación condenan a estas mayorías a convertirse en bestias de trabajo, relegando el conocimiento a uso exclusivo de esas pequeñas élites, que con la mayor frescura y guiados por el afán de hallar justificación ante su propia consciencia, proceden a manipular las creencias de esas mayorías y crean todo el entremanado de mitos y religiones, los y las cuales les dan el “divino” derecho de poder gozar de los “dignos” privilegios de monarcas, mientras las clases subalternas si quiera puede imaginar cómo es no vivir en la pestilencia.

Las élites tienden a chocar entre ellas, pues la inmensa ambición por inscribir como patrimonio propio a todo lo imaginablemente posible - es decir desde fuentes de materia prima hasta la fuerza de trabajo disponible - es infinita. Las élites al posicionarse como los “guías” y “representantes” de los intereses del conjunto, convierten esos conflictos inter-élites en conflictos inter-tribales y poco a poco con el desarrollo tecnológico, del conocimiento y más aun con la actual globalización convierten sus pugnas en guerras mundiales. La importancia de lo descrito es deliberadamente obviada por los historiadores e intelectuales al servicio de las élites, pues el rol de las clases sociales - donde en rasgos generales las élites deciden y ordenan, y las clases subalternas obedecen y forman la inmensa lista de muertos, torturados y asesinados - es ignorada, por tanto no se encuentra anotada en las entrelineas de los textos de historia. Por el contrario, la historia oficial posiciona a las élites como las combativas, como las que protegen a sus súbditos, subalternos o plebeyos, mereciendo por ello toda la riqueza que acaparan, mientras que a los sectores subalternos – salvo por algunos de sus miembros que demuestran “heroísmo”, valentía y entrega – se los presenta como a los que carecen de casi toda virtud. Y más aún, la historia oficial oculta que estas élites permiten que los destacados de entre los subalternos son ascendidos de status, para mostrarse condescendientes y reafirmar su “virtud” y de esta forma proyectan como la clase guardiana de la moralidad.

    De forma análoga a la guerra, sucede con el área del conocimiento, es decir en el campo educativo, técnico, intelectual, profesional, etc., donde las élites son siempre las mismas y excepcionalmente se copan de miembros nuevos, últimos que producto de esa idolatrización de las clases dominantes, son incluso más fieles defensores del “derecho divino” de decidir, dominar, explotar y despreciar por y al resto. Es así, que la educación y con la ayuda de los propios desclasados – en otrora, parte de los sectores dominados - procede y profundiza el adoctrinamiento de las mayorías, que con el plus de la alienación terminan aceptando su fatal destino o ven como única salida el “éxito personal”, por ello incluso acaban idolatrando a los multimillonarios y se aferran a ellos como si fuesen los mesías de la superación personal; es decir que por la doctrina recibida, creen conocerlos, creen “saber” que ellos (los ricos) son filantrópicos, trabajadores, virtuosos, intelectuales y son los salvadores de la humanidad. Esa educación no solo la aplican desde las escuelas y universidades, sino también desde el teatro, el cine, la televisión, internet y redes sociales. De estos últimos - a pesar de no ser parte de la reflexión del presente texto - cabe destacar que, están dotados de algoritmos que filtran, direccionan y dan mayor alcance a toda la maquinaria educativa de auto-ayuda, entretenimiento con contenido basura, propaganda para incentivar el consumo compulsivo y la exaltación de la búsqueda del bien privado e individual.

Los últimos años, han emergido cientos de películas y series que representan dramas apocalípticos, en el que la humanidad y el propio planeta son amenazados o destruidos por un asteroide u otro fenómeno interestelar. En casi todas, los humanos se ven forzados a abandonar el planeta, siendo esos “humanos” una ínfima parte de la humanidad, es decir las élites que por “derecho divino” valen más que cualquier otro hombre, mujer o niño. De esta forma se justifica que el destino de millones sea una muerte dolorosa o en el mejor de los casos súbita, mientras las élites y su entorno queden a salvo. Siglos y décadas de propaganda no han concluido, pues en la actualidad los guiones cinematográficos continúan induciendo a las masas a creer fervientemente en que las clases dominantes se merecen la salvación en caso de un real apocalipsis; por ello la indignación frente al enorme derroche de recursos - que contribuyen además a la destrucción de nuestro planeta - es casi nula y si se toma en cuenta que ya no son Estados o países los que llevan adelante estas ostentosas aventuras espaciales, sino especímenes psicopáticos que poseen inimaginable cantidad de riqueza; es un factor desilusionante. Por tanto con todo ello se evidencia que, estas elites al estar imposibilitadas de aludir ignorancia frente al hecho de que su inmensa riqueza es inversamente proporcional a la descomunal miseria a la que se condena a millones de seres humanos; usan su poder mediático para a través de propaganda ser presentados como filantrópicos financiadores de ONGs que trabajan con los desposeídos en todo el globo.

    Con el eventual apocalipsis y con el descrito perfil psicópata, las élites pretenden ahora llegar a Marte. Las actuales élites burguesas son las mismas élites monárquicas, feudales o esclavistas que no tenían el menor escrúpulo en mandar a matar a sus “protegidos”, son la mismas a las que no les importa - mientras su patrimonio no se vea afectado - que sus propios súbditos y subalternos sean desaparecidos, asesinados, mutilados, violados y desterrados; por tanto siendo muy probable que el apocalipsis que se cierne sobre el futuro del planeta, no traiga consigo más que muerte lenta y con las élites en el planeta Marte, cabe preguntar:

¿Qué les atajaría de convertir sus pugnas en una guerra nuclear con el planeta tierra como escenario?

No siendo necesario responder en este texto la pregunta formulada, no queda más que plantear y resaltar que el destino de la humanidad entera depende a ella misma, es decir que la inmensa mayoría enceguecida rompa la niebla del adoctrinamiento capitalista. El futuro de la humanidad puede tener buen augurio si se logra construir una ideología de masas, con la que en este contexto prevalezcan comentarios como:

“No quiero que la humanidad llegue a Marte, por el contrario quiero que la humanidad acabe con la desigualdad social, quiero que ese sistema que destruye las principales fuentes de riqueza para la humanidad -la fuerza de trabajo y los medios de producción- se extinga, producto de la expropiación de la riqueza de esos cuantos, en favor de la humanidad entera. Sí… el socialismo es el camino”.