miércoles, 8 de marzo de 2023

EL IMAGINARIO DE LA JUSTICIA SOCIAL

 Por: Mauricio Bustamante Rivero

La cultura podría condensarse en tres elementos (sin restringir el debate sobre otros más). Por un lado, la identidad que tenemos, las raíces y los sentidos estéticos y políticos sobre nuestra vida personal y colectiva. Lo segundo, se basa en el conjunto de habitus que nos han socializado, los estereotipos que reproducimos, las maneras en las que interactuamos con las demás personas. Y lo tercero, es nuestro imaginario social, la conciencia colectiva o cosmovisiones que ingresan en pugna en la sociedad. Un componente transversal a los tres elementos citados, nos muestra que en todos los campos hay relaciones de poder, grupos sociales antagónicos. Por tanto, la cultura no es sólo un campo de trabajo sino un espacio de lucha y de profunda intervención y compromiso social. 

Partiendo de allí, en Bolivia no solamente hablamos de cultura, sino de culturas, de múltiples identidades y también sobre la necesidad de construir la interculturalidad; pero la interculturalidad es algo que tiene que ver con las relaciones de poder. No es lo mismo ser una mujer u hombre indígena a no serlo, de ahí que por muchos años en América Latina y se ve hoy todavía, el trabajo suele estar racializado, por eso la economía y la cultura nunca pueden pensarse por separado, desde el trabajo doméstico, los trabajos manuales e incluso en las actividades económicas donde algunos sectores indígenas logran grandes ingresos, lo hacen en en los espacios subalternos del capitalismo. En el caso de las mujeres, como lo recordaba Domitila Barrios Chungara, en Bolivia puede haber un feminismo burgués con una mirada liberal, como también un feminismo comunitario o un feminismo marxista, que más bien parten de evidenciar que hay un componente de clase y otro de etnia que no se deben perder de vista en las luchas contra las desigualdades y los sistemas opresores que las reproducen. 

La cuestión es que los habitus heredados han hecho que reproduzcamos un conjunto de prejuicios. Fuimos educados para negar nuestras raíces, para menospreciar nuestra diversidad, para medir con diferentes varas a la gente, provocando la exclusión social de los sectores indígenas, de los sectores populares, de las mujeres, de las juventudes, e incluso de las niñas y niños (baste recordar la cancelación del año escolar el año 2020). Fuimos educados de forma sexista/machista y tendemos a reproducir lógicas donde se discrimina y oprime a las mujeres, son un conjunto de ideas que no han contribuido a promover una buena sociedad, como lo corroboramos a diario por la violencia, la trata y tráfico, las violaciones y los feminicidios con sus terribles consecuencias. 

Probablemente, el problema radique justamente en los imaginarios en pugna. Si tenemos una cosmovisión donde prima la idea del progreso social basada en el individualismo y la acumulación de capital, entonces no nos va a preocupar la situación de los sectores excluidos, pensaremos que la mano invisible del mercado equilibrará en algún momento las cosas (ya van siglos sin que ocurra) y nos abriremos camino a machetazos, a costa de las y los demás. Ante esa visión del mundo y las consecuencias que trae, surgieron históricamente las y los aguafiestas sociales, quienes muestran la gravedad de la situación y se convierten en cómplices de las utopías, plantean otro mundo posible, visión que se ha materializado en movimientos políticos contestatarios al sistema capitalista y ahora al sistema patriarcal, aunque todavía con muchas limitaciones. Sin embargo, este otro imaginario se basa en la justicia social, es decir, en la reivindicación de los derechos de los sectores históricamente excluidos, en la denuncia de la inequidad económica respecto de los flujos del capital en el mundo contemporáneo, la llamada redistribución económica donde todas y todos pueden vivir bien y con dignidad. Pero como cualquier acontecimiento sólo puede ser entendido de manera relacional, debemos trabajar en nuestros imaginarios, en los estereotipos y en nuestras conductas. Esa es la contradicción inherente a la cultura, nacemos para ser producidos y producidas en un contexto, pero también podemos en un determinado momento, optar por producirnos a nosotros mismos. Como diría Víctor Vich, somos producidos como sujetos por algo que nos antecede, pero también somos capaces de producir y reinventar nuevas formas de vida. En consecuencia, el trabajo en cultura es para cuestionar los imaginarios que no están aportando al mundo, que incluso lo han puesto en riesgo mortal (cambio climático) y que ahora se cobran la vida de muchas mujeres víctimas de feminicidios u obligan a mucha gente a enfrentar procesos altamente complejos de precarización laboral. 

Son estos elementos los que hay que trabajar, son tensiones que tenemos que tener en nuestra vida diaria sobre nuestra propia conducta, son reflexiones profundas sobre nuestra misma esencia, ¿cuál es nuestro imaginario social y qué nos define como personas? ¿cuáles son las relaciones de poder en la sociedad? ¿cómo cambiamos desde casa, desde las instituciones y desde las calles? Las políticas culturales deben darse en todos los espacios públicos donde somos constituidos, debe producirse una autoconvocatoria amplia para seguir construyendo el cambio hacia un nuevo orden social, hacia una sociedad con mejores vínculos, más humanos y más justos. La tarea es difícil, pues implica superar las negligencias personales, las disputas corporativas que hoy son el pan de cada día y recuperar la claridad que es fundamental para avanzar.