Primero levantaron la cuarentena, con excepciones muy
significativas. Mantuvieron la suspensión de actividades culturales, deportivas
y políticas, al tiempo que autorizaron actos y ceremonias religiosas. La
naturaleza discriminatoria de esta excepción no se le escapó ni siquiera a las
autoridades eclesiásticas. ¿Será que los virus diferencian entre quienes se
reúnen para rezar y quienes lo hacen para escuchar música? ¿Será que las
necesidades espirituales, urgentes después del largo encierro, solo se reducen
a ir a misa? ¿No es también alimento para el espíritu el teatro, el cine, la
tertulia e incluso la reflexión política?
No contentos con discriminar a los artistas, su siguiente
decisión es eliminar completamente el Ministerio de Culturas, fusionarlo con
Educación, con Deportes, con cualquier cosa, borrando de un plumazo una
conquista de décadas. Para ellos el arte es puro despilfarro, la identidad de
nuestro país es tan útil como la bocina de un avión, el alma de Bolivia es un
invento del Movimiento Al Socialismo y las instituciones creadas por los
artistas para proteger su trabajo y estimular la creación son nada más que un
gasto insulso.
¿Qué podemos decir ante esta nueva arbitrariedad, ante
este despliegue de ignorancia, ante esta nueva manera de censurar y acallar las
voces que podrían ser críticas? Eliminar el Ministerio de Culturas es una
acción tan fascista como quemar libros en la plaza. Y lo hacen con el pretexto
de ahorrar recursos. ¿Esos mismos recursos que derrocharon pagando sobreprecios
en respiradores y en bombas lacrimógenas? ¿Esos mismos recursos que malgastaron
en viajes en avión para festejar cumpleaños?
Dicen, para colmo, que eliminando el Ministerio de
Culturas van a apuntalar la economía de las familias. ¿De qué familias? ¿De las
suyas, como han hecho hasta ahora?
El arte es, debe ser, un artículo de primera necesidad,
tanto en su consumo como en su producción. Durante la cuarentena, muchos
encontramos consuelo y compañía en la música, los libros, las películas. Muchos
artistas liberaron su trabajo en las redes sociales, hicieron actividades
gratuitas, lanzaron convocatorias, aliviaron la pesada carga del aislamiento y
el miedo. Y el Gobierno nos retribuye con discriminación, maltratos y
finalmente borrando de un plumazo una institución que nadie “se inventó”:
Nosotros la luchamos.
Esta semana circuló una solicitud de renuncia de la
autoridad de Culturas, que firmamos cientos de artistas. Ahora, frente a este
nuevo atropello, corresponde decir con claridad que no es solamente la Ministra
de Culturas quien nos ha fallado en esta pandemia.
Es todo el gobierno de facto, que prioriza la represión
antes que la salud; que utiliza la vida (y la muerte) de los bolivianos para
tomar medidas que no le corresponden, afectando la economía y la biodiversidad
del país en el largo plazo; que asumió el poder supuestamente defendiendo la
democracia, y ahora se opone a la realización de elecciones. Ya no hay lugar
para la duda, y hasta los más entusiastas pititas van a tener que preguntarse
(si les queda un poco de honestidad y sangre en la cara): ¿Qué más se podía
esperar de un gobierno que se hizo del poder sobre los cadáveres de decenas de
compatriotas?
Nosotros, los artistas, no necesitamos de un Ministerio
para componer, para filmar, para escribir, para pintar, para hacer danza,
teatro, para —frente a todo obstáculo— seguir creando. Pero un país que no
protege su cultura es un país sin alma, sin identidad, sin ajayu y, por tanto,
sin futuro. Un Estado que no promueve el arte es un Estado muerto. Y un
gobierno que considera la cultura un despilfarro, es un gobierno que no merece
ningún respeto.
*Verónica Córdova, cineasta boliviana
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